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21 de julio de 2006

Aunque lo parezca, ...

La blogosfera no es tan grande como parece. Está formada de círculos concentricos que convergen en el mismo punto (o comentario). ¿Siempre somos los mismos?

12 de julio de 2006

Todo lo contrario


Fue exactamente así...


Se besaban de una manera extraña. Rara, Inusual. No impúdica, no. Más bien todo lo contrario: extravagante, llena de solemnidad. Aquel momento siempre lo vi en color sepia, como aquellas fotografías antiguas que al mirarlas hoy, nos resultan tan lejanas como imposibles.

Las cenas en Shillstra. 31 resultaban una pintura con el claroscuro típico del barroco holandés y su empaste vigoroso. Un ambiente recargado para el pequeño espacio, casi ridículo espacio podría decir; y unos manjares demasiado copiosos pero estéticamente pefectos sobre la porcelana vienesa. Así se emprendía la noche… y cuando uno menos lo esperaba a una justa palabra, de Sheila (que desde luego nunca adiviné cual era, ni siempre era la misma), él se levantaba de la silla llevado por una fuerza mucho mayor que la centrífuga. Se acercaba por la espalda y tomaba su mano, que ella a su vez alargaba como una diva, una diosa que sabe que cuando llega ese momento el mundo se rinde a sus pies. Sin remedio. De esta manera él inciaba su boca apenas rozando la escultural mano desde los nudillos; pasaba así por la muñeca, el antebrazo, el codo, el brazo... Haciendo un recorrido en movimientos lentos, apenas posando sus labios en la encerada piel de Sheila. Sin prisa pero sin pausa, con rumbo a su tez clara, nítida , nívea casi transparente. Así llegaría al filo de su boca, mientras ella mantenía su cara levantada y la mirada baja pero eso sí, siempre por encima del hombro; de todos nuestros hombros, en realidad de todo nuestro mundo, que en aquel momento se centraba alrededor de esa escena.

Hendrik habría aprendido esos elegantes movimientos durante años, siglos. Durante esta vida y vidas anteriores. No cabía otra manera. En realidad no creo que nadie más que ellos pudieran interpretar mejor este lienzo de luz opaca y pesada, sacado de los mejores años del L´hermitage.

Seguía la noche, seguía el vino ocupando el cristal noble de Rosentahl; las velas bajo sus llamas ondulantes y serenas; y así... de nuevo se besaban, esta vez la divina se diganaba a mirar a su siervo. Sin pasión, sin ardor pero con esa parte del deseo que es fuego frío, pero fuego al fin y al cabo ingobernable y poderoso….

Parecía una secuencia sostenida en el tiempo, en un tiempo mucho más lento que el restante, como si gravitara menos la tierra, y nosotros estuvieramos atrapados, suspendidos allí, entonces y ahora.

Me viene a la memoria Sheila como la viva imagen de Norma Desmond en su mansión de Sunset Boulevard, con la única diferencia de que aquello no era precisamente una mansión, sino todo lo contrario.

6 de julio de 2006

Entre sol y sombra

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Un día dije: “No me gustan las escenas solares” y es verdad. No me gustan. Al sol no se le puede mirar de frente. Frunce el ceño su mirada. Y en un ceño fruncido no hay signo de ternura. Uno sólo puede mirar al sol tras un cristal ahumado y aún así, dañará los ojos, quemará la vista y ¿quién recogerá esas cenizas?.
Sólo puedes mirar al sol con los ojos cerrados y todavía así verás un rojo doliente, un carmín que hierve. Un caudal sanguíneo. No… no es de fiar, el sol. Y nos da la vida…. A nosotros. A ellos… ¿No será que todo se resumen en ese elemento de fuego, no será que todo lo que duele, arde también nos da vida?

No me gustan las escenas solares... Y la gente entrega sus cuerpos desnudos a un sol que los abrasará desde lo más alto. Y se verá el asfalto supurar calor, como un humo incolor que nubla mi ojos y ondula el paisaje que miro invitándome a un sueño equívoco. Insolamos la vida, la savia y no es efímera esta consuecuencia. El sol en su esplendor del día apaga las ciudades y todo duerme o muere en esas horas.

No me gustan no, no puedo confiar en algo que me alumbra, me hace nacer y de lo que, continuamente, tengo que protegerme.
Vivimos en la contradicción. Vivimos al sol. En el mejor de los casos:
entre sol y sombra.