(Como si fuera una carta, que nunca fue. Nunca será)
Hoy, al cruzar Ettligerstr. esquina Kaiserstr. me acordé de ti. Me acordé porque hace meses, años, décadas que esa calle está en obras. Pero no esas obras que siempre están en movimiento, que recogen el polvo de los días, la desesperación que ejerce lo que no acaba, y uno espera, y no terminan. No. No así. Mucho peor que eso es una obra abandonada. Un obstáculo inútil invariable en medio de la acera; un desolado paisaje, inerte en el espacio y en el tiempo. Envejece siglos la piedra a cada paso y me llena de frío ese trance de caminar adentro. Está cercado aquel enclave, con su forma de mapa triangular, de isla sin agua, ni sal. Tierra seca.
Duele la herida de esa calle. El desamparado cincel a la deriva. Una intemperie indefinida sin los tejados rojos que entonces nos cubrían. Porque llueve y quema el aire el metal roído; blando y oxidado como el signo de tu voluntad más extinguida.
Y me acordé de ti, sí. De aquella particular manera tuya de dejarlo todo a medias.
Quizá sea tu nombre lo crudo del asfalto,
de esta calle,
de este invierno.